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Lo que nadie ha dicho de Armero

  Por Diógenes Díaz Carabalí

Muchos ha concluido que la tragedia de Armero pudo evitarse. Pero lo que nadie ha dicho es quienes fueron los responsables de impedir esa tragedia. El dantesco espectáculo visto hasta la saciedad, de los estragos causados por la avalancha provocada por el deshielo del volcán nevado del Ruiz, permanece marcado en la memoria de quienes hace veinticinco años fuimos testigos de la furia de la naturaleza, ensañada contra más de veinticinco mil habitantes que dormían una noche de pasividad tropical, y lo peor es la impotencia, pensar que no se hizo lo que se debía de hacer, que hubo negligencia, que no se utilizaron los recursos que deberían utilizarse, y de alguna manera a todos nos hace sentir culpables.

Habrá que preguntarle al expresidente Betancourt si desde aquella oportunidad puede dormir, o por lo menos puede dormir tranquilo, porque sobre sus hombros estaba la responsabilidad de la seguridad de los habitantes de los territorios bajo la influencia de la zona de riesgo, antes y después de la catástrofe, al menos una responsabilidad moral que con sus funcionarios debieron asumir, ya que las autoridades nunca, y ni siquiera lo han mencionado, que pudo haber responsabilidad penal y civil sobre la tragedia.

Además muchas muertes más se hubieran evitado. El caso del símbolo morboso que los medios convirtieron a la niña Omaira, es el más visible sesgo de la inoperancia y la falta de entereza. Todavía me pregunto ¿En donde estaba la tecnología, los recursos, la maquinaria, los conocimientos científicos y técnicos, la riqueza humana, el dinero, que no se sumaron para salvar a esta niña? Y concluyo que el mundo entero tuvo la culpa de su muerte, porque no se puso lo que fuera necesario para sacarla, y sólo nos quedó aquella foto con los ojos sanguinolentos que clamaban por su vida que hoy da la vuelta al mundo. Es que con tirarla de las manos era imposible efectuar su rescate, y hace veinticinco años no estábamos tan atrasados como para conseguir salvarle la vida, a ella y a tantos que murieron por falta de rescatarlos a tiempo.

Lo de Armero fue dantesco, inaceptable, y hasta impredecible, que debió marcar el norte de un país que desafortunadamente no tiene memoria. Después de Armero muchas catástrofes han ocurrido sin que sepamos nada del lugar donde vivimos y a qué estamos expuestos. Como si estuviéramos resignados a morir por las reacciones naturales, así podamos evitarlo. Las catástrofes de la mojana es tema de cada vez que truena, las inundaciones ocurren cada vez que llueve, los derrumbes son cotidianos y sepultan viviendas, se sigue construyendo sin ninguna seguridad antitelúrica, continuamos permitiendo que irresponsables talen zonas de páramo y reserva, que quemen los bosques de ladera, que construyan en zonas de ríos y arroyos, que se hagan urbanizaciones sobre fallas geológicas, y la historia moderna de este país es de miles y miles de damnificados que lloran sus muertos, sin que ante sus causas legislemos y tomemos medidas serias.

 

 

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